viernes, 23 de diciembre de 2011

Marea infeliz

Mis pensamientos suben como una marea furiosa; atacan como soldados entrenados, desarman mi mente como si de un juguete se tratase. Los agudos dientes de la duda perforan mi paz, a medida que sutilmente se destrozan mis creencias. Por los huecos vacíos de mi alma se escabullen insistentes frases pegadas a los labios, esperando ser pronunciadas, ansiando desbarrancar la dolorosa rutina.
Aunque palpable, esta situación fue inesperada. Creo que en lo hondo de mi ser siempre supe que era demasiado bueno para ser verdad, que no estaba destinado a ser feliz, al menos no al lado de ella. Creía saborear la perfección cada vez que su rostro se inclinaba hacia el mío para besarme; creía sentir el cielo cuando la veía a mi lado; creía que un pedazo de paraíso me pertenecía; creía haber encontrado el amor sincero a su lado.
¡Ingenuo de mí! Soy un pobre mortal, no merecedor de nada divino, ni cercano a serlo. Debía aprender a tolerar sus defectos y errores, y a amarla pese a eso. Fue un gran golpe para mí descubrir las imperfecciones en lo que creía ideal.
No sé si fuí muy débil o si era algo realmente inmanejable. Lo que sé es que estaba más allá de mi alcance el poder de sobrellevar esa realidad. Podría haber sufrido con gusto muchas cosas a cambio de ella, podría tener miles de heridas y no me hubiese importado, porque ella pasaría suavemente su mano por mi cuerpo como todas las noches y yo sería un hombre sano nuevamente.
Pero la herida que llevo no es tangible. No se puede besar, ni acariciar, ni mucho menos curar. Y no fué a cambio de ella que la sufrí, sino por su culpa. Ella la causó. Mi preciosa musa había perdido valor al yacer en manos ajenas; mi confianza ciega había sido ultrajada y sus labios contaminados con el sello de otro. Su traición fue una herida profunda; llegó de afuera e hizo nacer por dentro un atropello de pensamientos que en las noches que en noches como ésta no me dejan dormir. Noches en las que me siento el ser más solitario del mundo, pese a tenerla a mi lado, durmiendo con calma como si nada sucediera. Para ella nada cambió; mientras yo siento su ser cada vez más ajeno y distante, ella sigue reposando con el mismo semblante de paz y felicidad como cuando hacíamos el amor solos, nosotros dos, y nadie más existía. Mientras yo siento mis labios quemarse bajo los suyos, bajo esos labios que alguna vez encajaron a la perfección en cada parte de mi cuerpo, ella disfruta el placer culposo del que calla. Mientras yo daría la vida entera por ella, ella divide la suya entre dos personas. O tal vez más, quién sabe.
Amanece, y luego de una noche más de pensar me quedan pocas ganas de vivir. Ella da vueltas en la cama, se tapa del sol con la mano, y su respiración se acelera pesadamente. Voltea hacia mí y lentamente abre sus ojos, a la vez que nace una sonrisa...y yo siento callarse mi voz interior, bajar la marea de mis pensamientos, apaciguar mis soldados y rearmar mi mente.
No es mi culpa rendirme tan fácilmente ante ella; es una droga.
Quién podría negarse a la hermosa sonrisa de una traidora?

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